Experimentamos la presencia de un Dios misericordioso y cercano a nuestra vida. Por eso hacemos nuestras las palabras de Santa Teresa de Jesús cuando dice que la oración es un ejercicio de amistad.
Con la mirada centrada en Jesucristo, en nuestras comunidades cada Hermana cuida su proceso de fe y su vocación con medios que nutren y vigorizan la relación con Dios y con los demás.
Nuestras Fundadoras, Teresa Toda y su hija, Teresa Guasch, querían que en nuestras comunidades se viviera la fraternidad con “aire de familia”, es decir con ambiente cálido, acogedor, alegre y donde todas nos sintamos y vivamos como Hermanas de manera que la vida común, llevada con amor, de sentido a todas las prácticas que la significan.
Fomentamos un estilo de vida que tiene como modelo la Familia de Nazaret. Se expresa en la participación e implicación de todas las Hermanas en el proyecto de vida de cada comunidad. Todo ello en orden a la misión.
Somos una Congregación plenamente apostólica en la Iglesia. Nos sentimos convocadas para la misión desde nuestra identidad y con un fuerte sentido de pertenencia. Somos enviadas por la comunidad a las obras apostólicas.
La acción profética es uno de los rasgos de la espiritualidad carmelitana, y para nosotras se manifiesta en el celo apostólico que debe marcar todas nuestras tareas y nuestros encuentros con las personas.
El impulso misionero que nos ha de caracterizar será auténtico y fecundo si está sostenido por la relación afectuosa con el Señor. De igual modo, la consideración de las necesidades y del dolor del mundo, nos convierte en mujeres que viven apasionadas por la causa del Reino y nos compromete a “extenderlo y consolidarlo”, con sentido eclesial y con acciones y actitudes que expresan la solidaridad con los sufrimientos de la humanidad. (Cfr. D 113)