El domingo veinticinco de febrero el Hogar Teresa de Jesús acogió, otra vez, a un pequeño grupo de egresados y antiguos trabajadores de la casa y una vez más la casa se llenó de magia. A veces es posible que solo necesitemos una excusa para volver a casa y dejarnos embargar por los recuerdos de nuestra más tierna niñez y adolescencia. Los egresados fueron citados a partir de las doce; cuando iban llegando, en especial los más antiguos los animamos a recorrer las casas puesto que algunos han llegado a vivir en lo que actualmente es la Casa de las Hermanas. Fue hermoso acompañarlos en ese camino al pasado y disfrutar de sus anécdotas y explicaciones de cómo se ha ido transformando cada estancia. Curioso el hecho de que todos han expresado que todo sigue igual a pesar de los cambios en las paredes, cambios electrónicos y mobiliario; la esencia se percibía como la misma.
Cuando no esperábamos ya a nadie más nos reunimos en la sala de juegos y fuimos presentándonos individualmente, momento en el que brotaron las primeras lágrimas del que reconoce su casa después de un largo tiempo sin visitarla. Comimos todos en familia, con paz y serenidad, compartiendo recuerdos y anécdotas, confidencias, café y dulce que una de las egresadas nos preparó con mucho cariño.
En la sala habíamos dispuesto unas mesas con álbumes de fotos y un libro de firmas. Pasamos largo tiempo recorriendo cada álbum, buscando los rostros de niños hechos ya hombres y mujeres y participando de su crecimiento. Las fotos fueron la excusa perfecta para seguir compartiendo vivencias y que los que llevamos menos tiempo aquí aprendiésemos nombres de menores antiguos y las actividades que se realizaban, quienes convivían y de qué manera. Cada uno de los invitados eligió fotos que llevarse de recuerdo, en algunos casos, únicos recuerdos de su infancia.
Mientras en la pista se desarrollaba un partido de futbol con educadores actuales, antiguos, menores, adultos, hermanas en la sala algunos decidían dar buen uso de los juegos de mesa del Hogar.
Compartimos helado y entre todos hicimos una evaluación de lo vivido, especialmente positiva y expresada con sonrisas llenas de ilusión. Los hoy adultos dieron consejo y animo a los menores que hoy viven en el Hogar a través de palabras de cariño y de quien se reconoce en otro rostro con otra historia, pero mismas heridas. Fue gratificante para todos los adultos que forman parte del Hogar, en el presente o en el pasado, sentir que el tiempo, trabajo, esfuerzo y amor puesto a disposición de la infancia, de alguna manera, ha dejado huella en sus corazones. También es un mensaje de esperanza para los que hoy empiezan a sanar sus heridas y sentir la protección que el Hogar puede proporcionarle.
En los rostros de los antiguos inquilinos de nuestra casa se podían leer las emociones más puras de aquel que se siente de nuevo en su hogar y se reencuentra con compañeros de vida, hermanos y hermanas que en algún momento han constituido una extraña, pero hermosa familia, como ellos mismos describían.
Fue increíble escuchar en tantas ocasiones las referencias al amor que aquí han sentido, las aventuras confesadas entre risas y los abrazos fuertes entre ellos al volver a encontrarse, los recuerdos afloraban entre álbumes de fotos desempolvados para la ocasión, la sonrisa no se borraba de su rostro excepto para dar paso a las lágrimas traicioneras al hacer balance de lo vivido, al volver a lugares de sus memorias relegados al olvido. Llamadas de teléfono a hermanas queridas que reconocían a los que un día fueron sus niños con solo una muestra de sus voces y nombres que se agolpaban en su memoria de quienes un día compartieron su casa, video llamadas a quienes la distancia les impidió estar y la sana alegría de quien se reencuentra con hermanos perdidos. Largas y dilatadas despedidas con promesas de un próximo encuentro, de un café de sábado o de una llamada de teléfono al Hogar.
«Rendirse NO es la opción»
Sonia Cacheiro Durán
Educadora de la Casa Hogar, en nombre de todos