Por:María José Rozo Ocampo
Estudiante del Colegio El Carmen Teresiano de Cúcuta
Del 22 al 27 de enero de 2019 participé en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) de Panamá, junto con otras compañeras del Colegio El Carmen Teresiano de Cúcuta, y un joven de la ciudad. Nos acompañaron las Hermanas: Lina María Ortiz, organizadora y guía del grupo, Yasmín Patricia Contreras y Emily Adriana Larrota. Comparto mi experiencia de esta importante actividad a continuación.
Estoy segura que toda experiencia que le permita a cualquier persona acercarse y conocer más de Dios, es una experiencia que enriquece el alma y el espíritu; y eso fue lo que hizo la JMJ en mí. Definitivamente fue una experiencia que cambió mi perspectiva; mi manera de ver el mundo, cambió mi forma de pensar y de actuar, pero sobretodo me enseñó a darle un sentido diferente a lo que venía siendo mi vida.
Desde que pisamos el aeropuerto, Panamá nos recibió con los brazos abiertos. Logramos experimentar un ambiente totalmente diferente al que estábamos acostumbrados, la calidez y la alegría se sentían en el aire, y Panamá nos deleitaba con sus grandes y hermosas vistas, comenzando por ese hermoso Canal de Panamá.
Los Panameños abrieron las puertas de sus casas para que nosotros, los peregrinos, pudiéramos vivir esta grandiosa experiencia, y ellos mismos, como papás adoptivos, fueron los que se encargaron de enriquecernos con su cultura; enseñándonos sus costumbres y sus deliciosos platos típicos.
Las largas jornadas, las extensas caminatas y el calor de playa no fueron impedimento para tener siempre la mejor actitud; porras, canciones, gritos y demás expresiones fueron nuestro día a día. Nos unimos, en cada grito afianzábamos nuestros lazos y sabíamos que estábamos dejando en alto la bandera de nuestro país. La jornada nos permitió como peregrinos llevar objetos representativos del país, del cual habíamos llegado, y durante toda la experiencia ir intercambiándolos con los demás peregrinos del mundo, para poder llevarnos un recuerdo; un pedacito de cada país
y hoy, al llegar a mi cuarto puedo encontrar todo tipo de objetos y manillas, que poco a poco fui coleccionando, y que hacen parte de una semana inolvidable.
Desde que me embarqué en este viaje me dije a mi misma que esta experiencia iba a cambiar mi vida, y así fue, cada actividad y cada momento que viví, fue transformando poco a mucho mi corazón, y en momentos específicos logré ver y enamorarme un poco más de Dios, de aquel que me había amado muchísimo antes de yo conocerle
esa noche del miércoles, 23 de enero, justo después de que llegara el Papa, en el parque Omar estaba por empezar el concierto más hermoso en el que he estado. El Santísimo entró en medio de cantos y alabanzas, mi corazón se conmovió, inmediatamente me estremecí, y puedo dar mi palabra de que en mi vida nunca había sentido tanto amor y tanta paz, mis rodillas se doblaron; caí postrada en el piso y sentía como las lágrimas bajaban por mi mejilla, nunca había experimentado algo así, Dios presente, tan cerca, tan puro y tan misericordioso con alguien que en tan corta vida le había fallado tantas veces
Una semana después, al recordar, me transporte al día en que llegó el Papa, experimenté mil sentimientos encontrados, no podía creer que por fin mi sueño se haría realidad. Llegamos muy temprano para poder ocupar un lugar en primera estancia y lograr ver al vicario de Dios. La espera fue extensa, cada hora, minuto y segundo valió la pena. Momentos antes de que el Papa pasara, el guardia de seguridad que cuidaba la valla me advirtió que ya venía en camino
, cuando logré ver al Papa, el cuerpo se me paralizó, me solté en llanto y no podía parar de temblar. La sensación es indescriptible, sentí un gozo que no cabía en mi alma. Luego sus mensajes tenían la capacidad de mover a todos los jóvenes, hacer un llamado a que encontráramos un Kerygma. El mío fue algo muy simple; me dejé guiar por el SI de María, arriesgándolo todo por ir tras una promesa
Para finalizar, me llamó mucho la atención una frase del Papa Francisco, cuando nos invitó a formar lío, a ser jóvenes del ahora y no del futuro. ¿Para qué esperar al mañana? Si podemos empezar a cambiar el mundo con pequeños actos día a día, podemos dar un aliento de esperanza para que juntos sigamos construyendo nuestro camino con Dios.
Quedo con el corazón contento por tan magnifica jornada de la juventud, agradecida con Dios por haberme elegido como discípula suya para vivir esa experiencia, que sin duda alguna todos deberíamos tener la oportunidad de vivirla. Ahora solo espero con ansias la JMJ Portugal; más motivada que nunca empezaré a trabajar en mi discipulado, en reflejar el rostro de Dios, para que con mi kerygma pueda animar a muchos jóvenes que participen de esta jornada. Con acto de fe me dispongo como María a decir: Hágase en mi según tu voluntad.